Todo arranca en Francia. con una anécdota que alguien insiste en contar. Con una historia que se deja adivinar como materia en bruto teñida por la memoria. Entonces está quien recoge el guante y la escribe. la baja a papel. Así toma forma Hagan de cuenta que estoy muerto. en una trama de nombres propios y lugares anclados en tiempo y espacio rematados por un golpe de ficción.Montevideo. a principio de los años sesenta. Ahí están los muchachos del café Praga: Uribe. El Gordo Molinari. Irusta y Camila. Son jóvenes e inseparables hasta que el Gordo -una especie de Dylan Thomas mediado por el Río de la Plata decide dejarlo todo de buenas a primeras para irse a Madrid.Tiempo después. y con el grupo ya disuelto. Llega al Uruguay la noticia de su asesinato. Ahí es Uribe quien cruza el océano con la intención de recomponer los últimos días de su amigo. en una ciudad sitiada por la maquinaria tan delirante como siniestra del franquismo en su apogeo.En un dispositivo engranado. en una prosa ajustada como el correlato ideal y alucinado de aquello que se narra. Juan Carlos Mondragón se mete con la gesta de sus compatriotas para sostener uno de esos libros que se vuelven de lectura cautivante desde sus primeras páginas. Sin dudas. una de las escrituras mas originales de la literatura rioplatense.

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