Pasó en un pueblo cualquiera del país. ¿Fue una patriada? ¿ Una incipiente subversión colectiva? ¿ El germen de una gesta mayor? Fue eso y quizá mucho mas; el signo, la cifra, el símbolo de una situación que se dio a lo largo y ancho del país en los últimos tiempos. De aquí que, si el mítico pueblo de esta novela de Maria Esther de Miguel se llama Jardinamerica, concluye siendo Puebloamérica.” En el, un puñado de idealistas – el cura, el médico, alguna muchacha universitaria, aprendices revolucionarios, peones de un obraje- y las Fuerzas Vivas de la ciudadpueblo, protagonizan una historia que poco tiene que ver con la ficción -aunque de ficción se trate -, y mucho con la realidad.

Política e ideología, acción y represión, problemas espirituales y convenciones lugareñas, odios y amores, necesidades y sueños, se entrecruzan en una trama compleja e intensa como la vida misma, porque Puebloamérica sólo espeja una instancia existencial. Su texto ofrece, por eso mismo, diversos códigos interpretativos. Quizá el más obvio resulte la misma estructura novelística una parábola ceñida que, paradójicamente, se inicia con el dramático final -Omega- y concluye abriéndose al interrogante de una probable repetición de los hechos, bajo la advocación de Alfa, la primera letra del alfabeto griego: las instancias históricas se reiteran frente a fenómenos similares. Si las injusticias no concluyen, pareciera decirnos la autora, la violencia persistirá fatalmente incorporada a los procesos sociales.

Esta novela de vigorosa prosa que no excluye -antes bien acentúa- los matices del habla coloquial de personajes de extracción diversa, narra una historia, testimonio de largos años de indigencia y dolor argentinos, sufridos con desanimo por el hombre común que, no obstante, siempre apuntó hacia la esperanza.