“Me juré a mí mismo que haría cumplir la Ley. Y a quien primero tuve que enfrentarme fue a los propios policías.” Así se expresaba Serpico, quien, a pesar de sus once años de servicio, era un enigma para sus propios compañeros, un solitario barbudo del Greenwich Village, un experto en kárate que llevaba tejanos y sandalias, un disconforme cuyas diversiones favoritas eran la ópera, el ballet… y las mujeres.

En última instancia, alguien a quien había que eliminar. Una historia única y apasionante, pues aunque siempre hay hombres incorruptibles en cada fuerza de policía y en cada ciudad, sólo ha habido un Serpico que decidiera llevar tan a fondo sus propias convicciones. Una denuncia inapelable.